miércoles, 4 de noviembre de 2009

John Keats: escrito en piedra


Epitafio de John Keats (1795–1821) en el Cimitero degli Inglesi en Roma:

«This grave contains all that was mortal, of a YOUNG ENGLISH POET, Who on his Death Bed, in the Bitterness of his Heart, at the Malicious Power of his Enemies, Desired these Words to be engraven on his Tomb Stone: Here lies One Whose Name was writ in Water».

“Esta tumba contiene todo lo que fue mortal de un JOVEN POETA INGLÉS, que en su lecho de muerte, en la amargura de su corazón, ante los malvados poderes de sus enemigos, deseó que estas palabras fueran grabadas en su lápida: `Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en agua`”

Había viajado a Roma en busca de un clima invernal más benigno. Hasta ahora, se creía que el poeta había muerto de tuberculosis contraída mientras cuidaba a un hermano menor que también murió de esa enfermedad. Sin embargo, hoy se afirma que en la muerte de Keats también afectó el dolor que le causaron reseñas malévolas de su largo poema Endymion.

Copio aquí una estrofa de su "A una urna griega" traducida por Julio Cortázar:

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!



Keats, como otros románticos ingleses, al contrario de muchos románticos que encuentran inspiración en el medioevo cristiano, permanece fiel al ideal de la belleza clásica grecorromana. Aquí arriba se ve un jarrón de Sosibios, artista griego del siglo I A. C. que Keats copió al observarlo en el Museo Británico. Su sensibilidad le lleva a celebrar esa manifestación de arte en la que han estado capturadas durante casi un milenio imágenes de una belleza que no ha desaparecido. Una belleza que no halaga los sentidos sino el espíritu, nos dice. La urna griega, más que las cenizas de un héroe, encierra el ideal de todos artista: una obra que no envejece, no se desadapta a los años que suceden a su nacimiento, perdura sin marchitarse.

En su poema, Keats formula la que es la mayor promesa utópica del Arte: la posibilidad de crear algo eterno. Una obra que nunca deje de entrar en el corazón y la mente de los humanos de todos los tiempos posteriores. No obstante, es sabido que no hay garantía de que ello suceda. Las obras humanas están condenadas a la pérdida y desaparición material. O, lo que es peor, al olvido, la incomprensión. Nada ni nadie, puede afirmar, más allá del deseo de que así sea, que una obra artística hoy valorada, mañana no enmudezca, no deje de ofrecer respuesta a las inquietudes humanas del futuro.

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